3 de diciembre de 2009

No me preocupé por nada más que no fuera su dolor. Yo me merecía cualquier pena
que esto me causara. Esperaba además que fuera mucha.
Esperaba sufrir de verdad.
En este momento, parecía como si nos hubiéramos convertido en una sola persona.
Su dolor siempre había sido y siempre sería el mío y también su alegría ahora era mi
alegría. Y sentía esa
alegría, pero también que su felicidad era, de algún modo, dolor.
Casi tangible, quemaba mi piel como si fuera ácido, una
lenta tortura.

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